domingo, 24 de noviembre de 2019

Memorias del 306 - Capitulo I - Deslave de Vargas

La lluvia



     Diciembre de 1999, la lluvia no cesaba de caer, algo poco común para la región costera que siempre era bendecida con un sol inclemente en buena parte del año. El despertar decembrino se vislumbraba con grandes cambios en lo político de cara a un referéndum para la reformulación de la Constitución, hecho innovador en un país marcado por el tradicionalismo pero desquebrajado por los sinsabores de la historia corrupta reciente.

     Los cambios políticos en Venezuela empezaban a materializarse a través de la transformación de los poderes públicos y de la fuente legislativa tradicional. En abril de ese mismo año, se aprobó de manera consultiva el Referéndum para la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, la cual, con una participación del 37%, aprobaría la sustitución de la Constitución de 1961 y la formulación de una nueva Asamblea Nacional Constituyente apartando de esta forma al viejo Congreso y diezmando a los representantes de los partidos tradicionales. En todo el país, se efectuaba, el referéndum consultivo para la aprobación del nuevo texto constitucional, sin embargo, la naturaleza tenía otros planes. 

   El ambiente húmedo acompañaba un tráfico inusual de personas que transitaban por la entrada del puerto marítimo de la Guaira, en su mayoría, identificadas con algún uniforme o carnet del gobierno y con un caminar acelerado que denotaba su inquietante preocupación. Carlos, incauto ante tales movimientos, se acerca a cuatros vehículos con distintivos bomberiles los cuales se encontraban alineados en uno de los laterales del cuartel, observando en el interior de uno de ellos, cuatro cajas de madera, dos de las cuales eran blancas, de confección tosca y rudimentaria. En efecto se trataban de urnas, de fabricación precaria pero con significados aterradores. En seguida se percata de la mirada escrutadora de un hombre joven, de mediana altura y quien vestía un uniforme de los Bomberos pertenecientes al estado Vargas, a quien no repara en preguntar:



- Buenas tardes amigo, ¿para donde lleva estas urnas? – preguntó Carlos de forma curiosa al Bombero.
- Buenas tardes teniente, -respondió rápidamente el efectivo- van para Carmen de Uria, allá la cosa como que esta fea con el asunto de las lluvias, nos dijeron que nos esperáramos aquí porque aparentemente no se puede llegar por tierra.
- ¿Tan grave es?, respondió Carlos.
- Asi dicen, y que la montaña se vino abajo y no hay paso por ningún lado. Tengo conocidos allá y no he podido comunicarme con ellos. Por eso me ofrecí en esta comisión. 

  En ese momento, Carlos se dio cuenta de que las cosas no iban por buen camino, sin siquiera imaginar lo que le esperaría. 

  En la madrugada siguiente, se oye un ruido estrepitoso y acompasado semejante al producido por la furia de la naturaleza a través de sus truenos que retumbaba en las paredes del cuarto de Carlos, quien se despertó sobresaltado ante el llamado del Ronda Mayor (1) , y que a su vez hacia el llamado de reincorporación para todo el personal a la faena de manera intempestiva y a una hora poco habitual. Al levantarse, siguiendo a un grupo de curiosos, Carlos sube por las escaleras del cuartel hasta llegar a la azotea del mismo, lugar desde donde a pesar de la oscuridad, se veía claramente las instalaciones del Puerto de la Guaira. Tanto Carlos, como sus compañeros, incrédulos pudieron observar de primera mano el motivo de aquel ruido ensordecedor el cual era originado por la caída de contenedores apilonados en torres de cuatro pisos y que se iban desplomando uno tras otro causando un efecto dómino. 

  El Área de responsabilidad de Carlos era el sector de Pariata, el cual comprendía la zona poblada de una gran montaña ubicada al frente de la entrada del puerto. Días antes, y producto del despliegue del “Plan República”, dispositivo empleado por las Fuerzas Armadas para dar cumplimiento a los procesos electorales, los hombres bajo su mando, fueron distribuidos en todos los centros educativos e instalaciones habilitadas para la jornada electoral con su respectivo material y equipamiento, el cual constaba de las maquinas de votación, las urnas electorales y demás complementos para la ejecución de tal elecciones. Los mismos, debían hacer vida en su área de responsabilidad hasta la culminación del proceso siendo prioridad la preservación del armamento, las maquinas y el correcto desempeño de las elecciones. Esta actividad, siempre estuvo marcada por la idiosincrasia latinoamericana del pueblo venezolano, donde los uniformados se confundían con el ciudadano de a pie y en esa simbiosis detrás del infalible café, nacían nuevas amistades, se incrementaba el parentesco y se perpetuaban las risas y anécdotas bajo aun un halo de inocencia y camaradería. En la formación matutina de ese 15 de Diciembre, visto la situación de alerta, Carlos recibe la orden de replegar a su personal y concentrarlos de nuevo en la sede del cuartel. La misión era clara, rescatar a todos y cada uno de sus hombres sanos y salvo. Carlos comienza su misión acompañado del Sargento Técnico Blanco, uno de los pocos efectivos que aun se encontraba en las instalaciones. 

  Desde lo lejos, Carlos divisó el Cerro de Pariata y dibujó en su mente un triangulo isósceles en donde alzó el recorrido en forma zigzagueante desde su base hasta la arista superior, siendo este ultimo su objetivo, de esta manera le permitiría “barrer” toda la zona y asegurarse de visitar todos los centros electorales.

(1) Ronda Mayor: Servicio prestado comúnmente por un oficial superior el cual se encarga de supervisar el servicio nocturno de las unidades acantonadas bajo una jurisdicción determinada. 
(2) Efecto domino: Efecto acumulativo producido cuando un acontecimiento origina una cadena de otros acontecimientos similares.


Sargento Bonilla 


   
     Al salir a la vía principal del cuartel, lo que Carlos observó correspondía a una desfiguración de la realidad hecha por la naturaleza. Las calles ya no eran tal, fueron desplazadas por corrientes de agua y lodo que tapiaban cualquier obstáculo a su paso. Era evidente que no se podía hacer uso de vehículos dada las condiciones de las vías, así que Carlos decide emprender la tarea de búsqueda a pie.

     La primera escuela en donde se encontraban los efectivos estaba ubicada a una cuadra de la vía principal, pero la lluvia y el lodo lo hicieron lo suficientemente engorroso para determinar la magnitud del problema. La escuela era el típico centro educativo gubernamental, donde aun se veían las carteleras que servían a los niños de primaria como plantilla para plasmar sus ideas e informar a sus iguales, bajo la supervisión de los mentores, sobre sus actividades diarias. Al tocar la puerta, nadie respondió, por lo cual Carlos tuvo que aumentar la intensidad del golpeteo y ayudarse con gritos en la búsqueda de respuestas. A los pocos minutos, el llamado es atendido por el Sargento Bonilla, un hombre corpulento con un abdomen prominente, vestido de rajucho (3), algo barbado y con signos inexcusables de soñoliencia.
-Sargento!! – Grito Carlos con voz fuerte y autoritaria- Llevamos un buen tiempo tocando la puerta y usted no abre.- Mi teniente, estamos activos, alerta con el plan de reacción (4) y en fiel custodia del material electoral –respondió el Sargento Bonilla, afanado y aun sorprendido.- Bonilla!! no sea mentiroso, o es que no se ha visto en un espejo, su aspecto denota dejadez y descuido en el servicio. Dígame: ¿que novedades tiene en su servicio?- Mi teniente, por aquí todo está sin novedad.- Pues estará sin novedad su cama, porque el Pueblo de Pariata se está hundiendo con las lluvias y usted durmiendo. Forme a su personal, cuéntelo, supervise que todos posean su armamento y vengase con nosotros –respondió Carlos efusivamente caminando por el interior del centro electoral.
- Pero mi teniente, y.. ¿que hacemos con el Plan Republica?- En el cielo no hay Plan República, así que primero vamos a rescatar a los que aun están dormidos como usted…. Y unifórmese correctamente!!! – recalcó volteándose con una mirada escudriñadora.
    Asi formaron al primer grupo de hombres, comenzaron a andar con seis efectivos al mando de Carlos, fusil al rocco (5) y la incertidumbre de lo que vendrá. 

     Por las calles, solo se oía el ruido del agua bajando y el choque de la lluvia contra los techos, en su mayoría hechos de zinc. A medida que la escuadra (6) avanzaba, se  iban sumando más efectivos de los centros educativos aledaños que al igual que BONILLA, no se imaginaban la magnitud de la situación. A decir verdad, Carlos tampoco podía visualizar el nivel de daños causado por las aguas, solo cada vez que se introducían en la montaña urbana se percataban de lo compleja de la situación y se iba acrecentando el grado de compromiso por salvaguardar la vida de sus hombres y el de la comunidad. 


(3) Rajucho: Se le dice a quien, de alguna manera, siente miedo. En el orden de los uniformes se conoce como rajucho aquel que está conformado por botas de campaña, pantalón de campaña y almilla de color verde o blanca, usado para correr o realizar algún tipo especial de entrenamiento militar
(4) Plan de Reacción: Dispositivo adoptado a través de un plan, diseñado en toda unidad o servicio militar, en donde se plasma las posibles formas de acción ante una contingencia. 
(5) Roco: Forma enganchar el fusil al cuerpo mediante un solo punto, el cual consiste en el porta-fusil sujetado entre el cuello y la axila anclado a la culata.
(6) Escuadra: Unidad militar superior al equipo (3-4)e inferior al pelotón (30-32)comprendida generalmente por 8 efectivos en el cual cada uno posee una función específica. Esta configuración nace de la doctrina del Ejercito de los Estados Unidos y fue adoptado por la mayoría de los ejércitos occidentales.


La Casa Verde. 



     La ruta a seguir en principio estaba clara,  recorrer todas las escuelas y evacuar a los efectivos. Pero esta misión se iba desdibujando con cada paso que daban, la forma de acción iba cambiando debido a la transformación continua del terreno y al sin números de necesidades requeridas por las personas que encontraban a su paso. Al llegar a una de las calles más erguidas de Pariata, un caudal estremecedor bajaba de la montaña separando las dos aceras que antes eran de común transito. En lado opuesto, se observaba una casa visiblemente golpeada por el aguacero (7) , de paredes verdes y con el techo de zinc a la altura de la cintura de un hombre de talla promedio. En la próxima esquina, un grupo de personas gritaban señalando la casa e indicando que había una persona dentro de la misma. Carlos debía ir con sus hombres a esa casa, era moral y humanamente mandatorio, pero se encontraba en el lado opuesto de la calle separado por un caudal de agua de proporciones considerable. La espontaneidad de la comunidad y de los militares no se hicieron esperar, de forma confusa y desordenada esgrimían posibles soluciones y conjeturas de lo que pasaba. En la acera en la que se encontraba Carlos, uno de los efectivos consiguió una cuerda suministrada por un vecino de la zona, mientras que del otro lado, había un hombre, sin camisa, bastante delgado y de mediana edad, pero de voluntad decidida, como muchos otros que luego encontraran en el camino. Lo que Carlos debía hacer era juntar esas piezas formada por energías e iniciativas para lograr el objetivo, como en efecto lo hizo.
- Bonilla!!, lance la soga al hombre que se encuentra en la otra acera – grito-, los demás, sujeten a un objeto fijo el otro extremo y háganle contrapeso, vamos a hacer un Paso de Comando”.
- Entendido mi teniente!! –respondió enérgica y diligentemente el Sargento Bonilla, en un intento de tapar su falta anterior-
- Amigo!! – gritò Carlos al desconocido que se encontraba en la otra orilla -le vamos a lanzar una soga y necesitamos que la ate lo más fuerte que pueda a aquella columna, y sostenga el cabo suelto.
- Lancéela duro mi Guardia!! - Respondió aquel hombre esbozando la posición del mejor outfielder grandes ligas y con el orgullo en la cara de quien fuera tomado en cuenta para cumplir su misión de vida, una mezcla de alegría, folklore y concentración dentro del vendaval.
  Después de varios intentos, los dos extremos lograron posicionarse fijamente a ambos lados del camino, y Carlos, como corresponde en estos casos, debió ser el primero en pasar. A diferencia del “Paso de Comando (8) ” aprendido en el Grupo de Acciones de Comando, Escuela de Fuerzas Especiales por donde todo cadete que se respete debía formase, esta soga lucia extremadamente endeble para aguantar la totalidad del peso de un hombre. Aunado a esto, existía la poca confianza en el amarre de aquel espontaneo quien podría vacilar hasta en la forma de amarrar sus zapatos, sin embargo, eran pocas las opciones disponibles, así que Carlos ajustó los aperos de su uniforme, saco un mosquetón (9) que siempre traía consigo y comenzó el cruce de la corriente. Desde que salió en la mañana de aquel día, y pese a recibir directamente una lluvia constante, era la primera vez que sus extremidades se sumergían por completo en el agua y sentía de forma tan directa la fuerza de la naturaleza en la piel. El control del cuerpo quedaba supeditado a las técnicas utilizadas, la adrenalina acumulada y la fuerza física que le quedaba. Había un elemento más que impulsaba a Carlos proveniente del aupar de aquellos vecinos que desde sus refugios vitoreaban con expresiones de ánimo el tramo que se debía sobrepasar y la mirada evaluadora de los subalternos que detallaban cada acción de quien los lideraba. De esta manera, sorteando la fuerza del agua enlodada, Carlos logra llegar al otro extremo del caudal para asegurar las amarras de aquella columna y conminar al resto a que se agruparan en la posición conquistada. Al llegar a lo que quedaba de la casa verde, todos los que allí se encontraban, apreciaron como la puerta principal quedo reducida a la mitad de su tamaño original, y debido a la inclinación del terreno, el techo estaba completamente ladeado, convirtiendo su espacio interior en un triangulo imperfecto con un ambiente mortuorio. Aun con lo precaria de la situación, Carlos toca la puerta como primer paso para saber si había alguien adentro.
- ¿Hay alguien ahí? –preguntó Carlos.
- Váyanse de aqui “coños de madre (10)”! –se oyó una voz senil desde el interior de la vivienda.
- Señora, abra la puerta por favor – continuó Carlos. - Váyanse les dije ya! Aquí no entra nadie! - Doña, la casa se puede terminar de derrumbar en cualquier momento, debe evacuar –respondió Carlos- Ustedes me la tumbaron!!!, son unos MUERGANOS (11) .
- Señora, no la tumbamos nosotros, fue la lluvia, venimos a ayudarla – esgrimió Carlos viendo a sus iguales con asombro por lo que estaba oyendo.
- NO!... Entonces fueron unos parecidos a ustedes, temprano me tocaron la puerta y como no les quise abrir porque estaba acostada me tiraron el techo encima.
- Doñita, no fue asi, míreme! –dijo Carlos al asomarse por unas rendijas de una de las ventanas que aun tenían un poco de luz.

  En ese momento, Carlos pudo observar una casa en penumbra, con destellos de luz provenientes del fondo, una cocina incorporada a una sala de aproximadamente cuantos metros cuadrados, el reflejo permitía ver las ollas de peltre y aluminio desgastadas por años de uso. En el techo había goteras constantes que a juzgar  por el ambiente, cohabitaban mucho antes de la llegada de las lluvias. Un piso de cemento pulido desquebrajado y cortinas haciendo veces de puertas en los dos únicos cuartos que se podía observar. Al fondo, se encontraba la silueta de una sexagenaria sumamente delgada, de pelo blanco en su totalidad usando ropa de dormir,  quien se encontraba apoyada a la pared observando con desconfianza y desconcierto. No habia tiempo para detenerse en burocratismo ni tecnisismos, debiendo dar paso al sentido común, estado de emergencia y necesidad por encima de la ley. Asi que Carlos y los demás efectivos, ante la negativa de la señora de salir, empujaron la puerta principal de la vivienda logrando abrirla sin mucho esfuerzo.
 - Señora, ¿como es su nombre? –preguntò Carlos en busca de ganar confianza.
- Martina, Sra. Martina –marcando distancia con el gentilicio y ademanes propios de la realeza.
- Sra. Martina, escúcheme, -acentuó Carlos con voz fuerte pero amable - venimos a ayudarla, las lluvias están tumbando las casas, y si no sale se la va a llevar el rio.
- Pero, ¿que es lo que pasa? ¿Cómo es que están tumbando las casas? –respondió Martina con desespero y volviendo a la realidad.
- Si mi señora, así es, las lluvias están muy fuerte en toda la Guaira, no se imagina todo lo que hemos visto. Acompáñenos,…. con nosotros estará más segura, lo material se recupera, la vida no –afirmo Carlos.
  La Señora, en un momento de lucidez, se acerco a la puerta aun incrédula, y al ver el torrente de agua que pasaba frente a su casa, se hizo la señal de la cruz (12). Al voltearse y ver desde la calle el estado de su casa, se llevo las manos a la cabeza y exclamo: -Dios mio! Protégenos con tu manto sagrado -saliendo de la casa y resguardándose en los brazos de uno de los uniformados que la condujo a un lugar seguro. En ese momento, el Sargento Bonilla, quien se encontraba en la calzada, unos metros más arriba donde se encontraba Carlos, grita desaforadamente:
- Mi pistola!, mi pistola!, se la llevo el agua!! - ¿Como que se la llevo el agua? -Espeto Carlos.
- Si mi teniente, la tenía en la pistolera (13), y el rio me la quito! 
     Carlos, se encontraba en la corriente de agua entre Bonilla y el, instintivamente y obviando medida de seguridad alguna, se lanza al torrente colocando las manos dentro del agua, en un intento por recuperar el arma. Las posibilidades de encontrarlas eran una en un millón, y él lo sabía, sin embargo, esas posibilidades había que agotarlas. El adoctrinamiento y sentido de responsabilidad inculcado en los años de formación sobre el cuido del material de guerra y las consecuencias del extravío del armamento eran capaz de cambiar la configuración de fabrica de cualquier ser humano con pensamiento lógico, habría que estar fuera de si para sobreponer un trozo de metal al instinto de supervivencia, pero ese “chip” ya estaba infiltrado en la mente desde temprana edad.

     Sin embargo, el destino y la mano de dios intercedieron en lo que podría parecer imposible. Carlos, después de segundos de tanteo los cuales parecieron eternos, siente entre las manos una protuberancia diferente al contorno del fondo del caudal que se movía entre sus dedos, el cual estaba constituido en su mayoría por piedras, palos, barro y fracciones de cemento en donde alguna vez paso una calle. Aun incrédulo, Carlos sujeta con fuerza el contorno y logra sacarlo del agua. Para sorpresa de todos, se trataba del armamento perdido que por alguna razón al ser impulsado por la corriente se atasco en sus manos.

     La alegría por el rescate de la anciana y la recuperación de la pistola casi simultaneamente  se manifestaron con silbidos, risas y gritos que eran acompañado por el sonido del rio y la lluvia que caían. Fue un momento victorioso y de regocijo el cual fue interrumpido súbitamente por el sonido repentino producido al derrumbarse el techo de zinc dentro de la casa verde y tapiando los pocos muebles que ahí se encontraban. El silencio grupal volvió y el sonido del agua cobro protagonismo ante las miradas atónitas que se cruzaban entre los efectivos.

(7) Aguacero: Lluvia impetuosa, repentina y comúnmente de corta duración. 
(8) Paso de Comando: Maniobra militar perteneciente a la escuela del soldado individual mediante el cual se ata una cuerda o soga a dos objetos fijos y abrazandola con el cuerpo hacia arriba, se recorre dicha soga asemejando a una “oruga invertida”, de esta manera se realiza cruces de aguas o superficies de difícil acceso. 
(9) Mosquetón es un tipo de grillete en forma de anilla, de acero o aleaciones ligeras de aluminio, con un pestillo operado con un resorte que se utiliza para conectar en forma rápida y reversible componentes, en especial sistemas que cumplen una función crítica sobre la seguridad. Se utiliza en maniobras de seguridad dentro de actividades tales como rescate, escalada, espeleología, barranquismo, montañismo, etc
(10) Coño de madre: Expresión vulgar y grosera utilizada para atacar e insultar a otra persona.
(11) Muerganos: En el argot venezolano, “muergano” es utilizado como adjetivo descalificativo que denota a una persona deshonesta, sin vergüenza, etc.
(12) Señal de la Cruz: Gesto ritual utilizado por diversos grupos o ramas del cristianismo. 
(13) Pistolera: Funda adherida al cinto donde se guarda la pistola. 



Doña Chepa. 



     La comisión con 14 hombres ya más nutrida, siguió su camino abriéndose paso entre escombros, neveras y demás artefactos e inmuebles que encontraban en cualquier esquina un punto de apoyo en su lucha contra el barro y el agua. Las personas que encontraban a su paso, jugaban el papel que su personalidad le permitiera, unos observaban silentes y recatados desde los espacios que les ofrecían seguridad, otros aupaban y dirigían con sus voces a cualquier espontaneo que tuviera luces de actuar en pro de otros, y los más audaces, se comprometían con su deseo de ayudar retando a la naturaleza en busca de salvaguardar la vida de sus iguales. La Escuadra siguió subiendo por las calles llenas de lodo y con corrientes de agua en las calles más desguarnecidas. Los uniformados iban patrullando de forma dispersa a lo largo de la calle empinada, interactuando con las personas y recibiendo información de lo acontecido.

     Carlos y sus hombres, llegan a una zona en donde la calle se ensancha y pierde su contorno solapado por el barro que aun se va desplazando lentamente desde la montaña. En ese lugar, había un claro que en algún momento pudo ser una plaza, un estacionamiento o quizás un simple lugar de juegos para los más pequeños de la zona, lo cierto era que solo se veía una explanada con basura y desperdicios bajando de manera desordenada y un carro tipo camioneta  “Ranchera (14)” como se le solía llamar a este tipo de camionetas, de  color marrón totalmente volteada, sostenida por unos cuantos centímetros de sepultura en el lodazal. La posición de ese vehículo era el reflejo de la fuerza que debió ejercer la naturaleza para lograr voltear esta masa  de aproximadamente tonelada y media en un espacio relativamente pequeño. Cerca de Carlos, había un señor de mediana estatura, camisa de cuadros y pantalón de vestir, de rasgos claramente europeo como muchos de los que en un tiempo se mezclaron con los autoctonos del lugar y movieron el comercio en el área escogida para vivir, quien con una cara de asombro veía aquel escenario tan devastador. La gente se le acercaba y le decían:  - Joao! Espabilese, vamos a voltear ese carro, todavía sirve. Joao, (si es que así se llamaba ya que en Venezuela a todos los portugueses se les decía Joao sin importar su nombre verdadero), impávido solos alcanzaba a decir:
- Mi carro vale, con ese llevaba a los muchachos para el colegio y compraba la comida, que vaina!
- Quedate tranquilo Portu (15), entre todos vamos a voltear ese carro –dijo un joven entusiasta que conminaba a otros para que lo ayudaran.
     Los guardias movidos por ese entusiasmo juvenil se sumaron a la tarea y rodearon la camioneta meciéndola de un lado a otro con la esperanza de devolverle su posición original. Carlos enciende un cigarrillo teniendo como excusa la necesidad de combatir el frio transmitido por su ropa mojada, pero en realidad buscaba unos segundos más para observar su entorno y comprender lo que estaba pasando. La Avenida Principal de la Guaira estaba intransitable y evidentemente afectada por la masa de lodo que bajaba sin cesar desde la montaña, pero a medida que avanzaban hacia la zona más alta de la montaña urbana, el paisaje se volvía cada vez más surrealista y carente de sentido. Los comentarios de las personas que se encontraban a su paso eran más desalentadores, y los rostros de angustia de hombres, mujeres y niños esbozaban el sufrimiento que padecían por ellos, por sus familias y por los lugares que un día fueron sus hogares. Carlos, comparte algunas palabras con lugareños apostado en una de las esquina donde se encontraba un abasto, y es en ese momento, cuando comenzaba a entablar la conversación, escucha la voz de uno de los subalterno gritar:
 - MI TENIENTE, MI TENIENTE, hay un cuerpo debajo del agua!!.
 Carlos soltó el cigarro de manera abrupta y corrió hacia el lugar donde le indicaba el sargento.
 -¿Dónde?- pregunto Carlos al llegar al sitio.
- Ahí mi teniente, debajo del carro, lo vi ahi.
   El agua tenia aproximadamente dos cuartas de profundidad, y alrededor de 12 personas entre comunidad y militares se encontraban alrededor del carro volcado. Carlos entonces grita:
 - Vamos hacer lo siguiente, todos vénganse al lado derecho del carro para hacer mayor fuerza, y empujamos hacia al lado contrario para que el carro se levante.
     En efecto así lo hicieron, todos los hombres se colocaron en el lado que Carlos les indico y efectivamente el carro pudo levantarse unos centímetros del barro. En ese mismo momento, Carlos pudo divisar casi entre sus piernas una silueta en el agua marrón la cuales podía tratarse de dos extremidades, quizás superiores o inferiores, la visibilidad no daba para tanto, a lo que Carlos Grito con fuerza:
 -Aquí esta, creo que son unas piernas sigan empujando, no dejen caer el carro, vamos a sacarla.
     En ese instante Carlos volteo a sus extremos y efectivamente todos en silencio y de forma disciplinada acataron la orden, civiles y militares, sin chistar y atentos. En ese momento, Carlos se percato de que voluntaria o involuntariamente, todos los que lo rodeaban tenían las manos ocupadas en el carro cumpliendo sus instrucciones fielmente, así que el único que tenía las manos libres era el. Por un momento recordó el episodio meses atrás en donde le dio RCP (16) a una sexagenaria y ninguno de los demás efectivo hizo el mínimo intento por participar en dicho proceso. Reafirmo en su sub-consiente lo que siempre había sabido, la tropa generalmente era más lista que la oficialidad en cuanto a intereses se trataba. Comprendió una vez más que él debía actuar ante las miradas escrutantes del resto del grupo, sin demora ni vacilación. Así que Carlos sumergió sus manos en el agua a fin de tomar esa silueta y halarla lo más pronto posible, de una sola vez, cual remedio amargo.

     En efecto, Carlos sintió unas extremidades frías y delgadas entre sus dedos, las cuales apretó fuertemente como forma de enfrentar sus propios miedos y de no parecer vacilante. Sabía que debía halar, pero dudaba si surtiría algún efecto ya que no era poca cosa lo que tenia encima, tonelada y media repartidas en un vehículo que debía estar en un museo de colección, no en frente de el haciendole fuerza. Así que en un inhalar, tiro de aquellas extremidades endebles las cuales, para su sorpresa, y producto del efecto del barro, salieron con más facilidad de la esperada. Ahí estaba, un cuerpo inerte dejándose llevar por el bamboleo del agua, entre telas claras que asemejaban el baile de una medusa, sin la menor resistencia a merced del lodo, endeble, pequeño, esquelético y sin autonomía. Era sin duda, el cuerpo de una mujer de avanzada edad, pelo blanco con ropa de dormir. Fracciones de segundo pasaron, que en realidad parecían horas, antes de que Carlos y los que le rodeaban pudieran expresar palabra alguna. Carlos entonces, llamo a sus iguales y vociferó:
 - Dejen caer el carro y vamos a voltearla, tomando el cuerpo por los hombros y girándola para dejar al descubierto su identidad.
     Al voltearla, se evidencio la cara pasmada y necrosada de la infortunada que revelo a los que la rodeaban su identidad, provocando diversas voces altisonantes que exclamaban: 
- Doña Chepa!, que vaina!!. 
     El Asombro por parte de Carlos aumento cuando escucho a lo lejos una voz de desesperanza e inconsolable que gritaba: 
-Vieja!!, mi vieja, que haces ahí tirada!
     Inmediatamente voltio y vio al recién conocido "Joao" llevándose las manos a la cabeza y gimiendo dolor en cada expresión que emulaba. Para Carlos, era el primer fallecido de mucho que después vería a lo largo del paso de la vaguada y de su vida misma, cada uno de ellos tendría su historia, sin embargo la imagen de Doña Chepa y su hijo, jamás podría borrarse de su mente. Tenía mucha carga emocional, la sorpresa, la solidaridad con el dolor ajeno y obviamente, el primer ser inerte que experimentaba la comisión en esas circunstancias lo que daba cuenta de la  magnitud de la tragedia. Rápidamente taparon su cuerpo con sabanas suministradas por los vecinos y Carlos procedió a realizar un chequeo mental de todo el procedimiento que se debía realizar en estos casos tal como el levantamiento del cadáver, resguardo, traslado del mismo y demás trámites legales. Pero las condiciones no facilitaban la actuación, los caminos eran de difícil acceso hasta el punto en donde se encontraban, las comunicaciones nulas y debían seguir en la búsqueda del resto de los efectivos y la evaluación de daños en el sector. De esta manera, dado que ya había suficientes hombres, Carlos dividió la comisión en dos, un equipo para atender a la fallecida y otro lo acompañaría en la búsqueda del resto de los efectivos. 

     De esta manera siguieron subiendo por la empinada y enlodada montaña, ya no tanto con el pensamiento en si mismo, si no con la pesadez de las imágenes que retumbaban en sus mentes y dibujaban sin cesar las siluetas de las personas que vieron sufrir a su paso.

(14) Camioneta Ranchera: Se denominaba a las camionetas de la época con cinco puertas y catalogada como familiares.
(15) Portu: Abreviación de Portugués, utilizado como una forma cariñosa de llamar a los originarios e Portugal.
(16) RCP: Reanimación Cardiopulmonar



El Monstruo

 


     Era poco el cemento que se pisaba, los brocales no existían y los caminos eran poco delimitados. Continuaban sumándose efectivos a su paso a medida que iban recorriendo los Centros Electorales. Cada vez había más casas destruidas, como que si lo vivido en la falda del cerro era solo un abre-boca de lo que se vislumbraba en su cima. La lluvia empezó a arreciar como un recordatorio de que el monstruo aun estaba ahí, que no se había ido y que aun le faltaba trabajo por hacer. La mayoría de las casas que seguían en pie, estaban con sus puertas abiertas de par en par, atentas a su destino y esperando su turno. Las paredes en su mayoría se encontraban con fisuras producto del movimiento de tierra y la fuerza del agua, pocas no tenían goteras, y otro tanto se mantenían secas. El sonido que se percibía era el del agua cayendo y voces al fondo de adultos y niños gritando, cada quien tenía una situación particular, como si la lluvia supiera que el mantenerlos ocupados y divididos, al igual que  la mayoría de las situaciones en la vida, los haría más vulnerables. 

     Carlos y el grupo de uniformados lograron guarnecerse en una de las viviendas en donde antes había existido un balcón y ahora era una simple platabanda. El grupo de uniformados se mostraban algo desorientados por lo cambiante del terreno teniendo solo como referencia el mar que quedaba al norte y la cima de la montaña al sur. Los decibeles de las voces angustiosas cobraron un tono más altisonante, guiado por la agudeza desesperada de los gritos de unas mujeres que a lo lejos esforzaban sus cuerdas vocales al máximo como único instrumento disponible, a fin de alertar el peligro que corrían dos jóvenes en su intento de escalar una pared para sortear el caudal del agua a sus pies. En ese instante, Carlos volteo hacia la montaña en un esfuerzo por descifrar el motivo de los alaridos de aquellas mujeres, y en efecto, vio dos jóvenes que difícilmente alcanzarían la mayoría de edad, quienes pretendían escalar un muro no tan alto presumiendo una posible solución para evitar la fuerza del rio que pasaba debajo de ellos. Los adolecentes, no podían imaginar que aquello era solo el introito que señalaba el camino por donde pasaría la demostración natural de la fortaleza de aquella vaguada. El sonido fue ensordecedor, superando el de la lluvia y el del primer caudal, al punto de producir un eco que congelaba las venas de todo ser humano, por demás humedecido y petrificado ante tal majestuosidad. Ahí estaba, la ola mayor, la verdadera fuerza en vivo, el causal de todos los despojos vistos hasta ahora, era el monstruo dispuesto a digerirse a su antojo a cualquiera que osara interponérsele en su camino, reclamando su autoridad y su espacio natural del que había sido despojado por el humano a través de su pensamiento de concreto. Era difícil para Carlos creer lo que veían sus ojos, simplemente porque eran elementos confabulados en espacios no coherentes para su cohabitabilidad. Por una parte la Montaña que por tanto tiempo había sido pasiva y noble, por otra el humano que se había apoderado de ella cual termita y, de forma amenazante, la gran ola que no debería estar allí, las olas eran del mar –pensó- no de las montañas, era una imagen surrealista. Aquella ola marrón saltaba a su antojo ante el mínimo desnivel del terreno, desafiando gravedades y posibles teorías físicas, reclamando su espacio de manera desaforada y sin control hasta llegar al momento más sombrío en su hambriento andar, la pared desquebrajada e endeble de donde se sujetaban aquellos dos jóvenes llenos de vitalidad pero indefensos ante la inmensidad de la cresta, y como si el monstruo no quisiera  dar muestra de compasión, en fracción de segundos derribó la pared cual juego de naipes, tapiando a los dos seres sin que ellos si quiera hubiesen podido predecir su destino, dejando abierto el cauce de un nuevo rio. La escena fue dantesca y desgarradora, plagada de dolor e impotencia, incredulidad y desasosiego, sin una mínima posibilidad de hacer algo en beneficio de los tapiados, no había restos, no había cuerpos que venerar, solo el recuerdo sellado en las mentes de todos los que presenciaron la perdida de esas dos vidas durante aquella tarde lluviosa. 

  La tarde apremiaba, la oscuridad se imponía, y la misión debía continuar. La escuadra siguió subiendo la cuesta cada vez mas empinada, quizás con menos ímpetu pero con mas precaución, ya se conocía al enemigo, lo que no se podía predecir era como ni cuando iba a reaparecer. Describir el panorama después de la gran ola seria todo un reto, porque se había desdibujado totalmente la zona en donde alguna vez hubo un caserío. Los techos se confundían con las paredes, los artefactos domésticos se les veía fuera de sus hogares y los vehículos se vieron incrustados en las cocinas, no había ni entradas ni salidas por donde pudiese transitar un humano era considerado una vía. Carlos se sentía inmerso en una obra de Salvador Dali, en un sueño involuntario e indeseado, sin principio ni fin. Carlos hablaba consigo mismo: 
- Ya no hay mucho protocolo que seguir, solo avanzar y tratar de ayudar al máximo a la gente y tratar de preservar la vida, no flaquear y demostrar entereza 
     Se lo repetía una y mil veces para que causara efecto en el subconsciente, era una lucha interna de emociones, pero era necesario poder manejarla para lograr actuar externamente de forma coherente, no había espacio para ceder. 



El hombre lampara 



   En una zona en donde las paredes están en la calle y los techos salen del piso, era improbable diferenciar con certeza la sala de una vivienda y la calle principal, asi fue como Carlos y los suyos se adentraron sin premeditación a lo que parecía los restos de una vivienda,  guiados por voces que provenían de una cueva natural con piso de cemento. Con un aire aun de caballerosidad entraron al lugar tratando de identificar las voces y dando señales verbales: 
- Buenas tardes amigos –esgrimió Carlos de forma vacilante. - Por aquí!!! Vénganse, apúrense –se escucho al fondo del pasadizo como si estuvieran esperando su presencia, lo que hizo que los miembros de la escuadra cruzaran miradas incrédulos haciendo gestos de asombro. - ¿Hay alguien herido? – continuo Carlos acelerando el paso. - Creemos que si, -respondió la voz resaltando del resto de las voces que hablaban entre si. 
     El pasillo no era tan largo como lo sentía Carlos, ni tan angosto como lo creía la escuadra, estaba iluminado por una luz natural proveniente de un gran orificio al final del mismo que mostraba el camino a seguir. Al llegar a la ventana natural había una entrada hacia la derecha en donde se dejaban ver tres hombres escarbando un talud que había ingresado por la parte superior de la casa y reducía una cocina a un espacio no mayor a tres metros cuadrados. Los hombres trabajaban sin cesar, dándose ordenes unos a los otros como en busca de soluciones. Carlos se acercó aún mas para tratar de encontrar una explicación de los sucesos, en este momento observa la razón del desespero de aquellos hombres. Un cuerpo boca abajo tapiado hasta el pecho colgaba del techo a un hombre robusto, consciente pero visiblemente afectado por su penosa situación. Aquel hombre emergía literalmente del lodo que para ese momento formaba el techo de la casa y guindaba incrustado cual lámpara. La imagen a primera vista carecía de sentido, ¿como llego aquel hombre hasta ese lugar y en esa posición? Era la pregunta que reflejaba la mirada recelosa y pasmada de Carlos, quien buscaba respuesta en su alrededor mientras se incorporaba a ayudar con las manos en la titánica tarea de llegar hasta aquel hombre y luego desenterrarlo desafiando la fuerza de la gravedad para rescatarlo con vida. 
- Hermano, ¿puedes respirar bien? –Pregunto Carlos. - Con dificultad, pero no siento el cuerpo –respondió aquel hombre con voz sollozante.
- Tranquilo que ya vamos a encontrar la forma de sacarte de aquí – continuo Carlos
- ¿Cómo llego a esa posición? - Yo vivo en la casa de arriba – contesto el hombre- de repente vino una ola y se llevo la casa, cuando abrí los ojos estaba aquí, en la casa de la vecina.
    El cuadro abstracto empezaba a cobrar sentido, el monstruo que se llevó al par de adolescentes había pasado por aquí haciendo de las suyas, destruyendo todo a su paso inclusive la casa del hombre que colgaba. Evidentemente las construcciones amañadas carentes de planificación y distribución lógica, permitieron que la gran ola hiciera su trabajo. Casas apilonadas en forma de escaleras cubriendo el borde natural de la montaña cual papel tapiz, utilizando para ellas bases comunes desde donde se desprendían salas, cuartos, cocinas, garaje y cuanto espacio se le ocurriera al maestro de obra de turno, mostraban una gran anarquía arquitectónica en donde predominaban los pasillos laberínticos y columnas emergentes dispuestas a soportar siempre mas. Tal como lo hiciera con los conteiners del puerto y su efecto dominó, la gran ola se fue alimentando de su propia tierra y de los espacios dejado por la red de laberintos aunado a la fuerza impresa por materiales y desechos urbanos que actuaban como una manopla en las manos del monstruo. Era difícil evaluar la suerte del amigo colgante, había tenido mucho atino de que la gran ola no se percatara de su accidentada existencia, pero las condiciones en la que se encontraba era desesperante, tanto para él como para los que hacían esfuerzos aparentemente fútiles con los escasos recursos que poseían. La solidaridad de la gente se puso de manifiesto una vez más, llegaban personas con toda clase de adminículos, mucho de ellos improvisados, que pudieran desenterrar de las alturas a aquel elefantiásico hombre que cada vez se debilitaba más. Así fue como al cabo de aproximadamente dos horas, se logro bajar con la ayuda de todos los vecinos del sector. 


Vista desde la Colina 



     La caminata llevo a Carlos a una de las últimas casas cercana a la cima de la montaña, no era una casa cualquiera, era una vivienda cuidadosamente construida sobre unos pilotes que sobresalían de la tierra y dejaban ver su robustez, estaba intacta, ajena del desastre, impecable, difícil de creer después de ver tanta destrucción. De sus aposentos salió una señora en bata, ese pareciera ser el uniforme de las abuelas, de piel arrugada y chamuscada por el sol, con un pelo exageradamente negro para su edad, amarrado con una cola de caballo a medio atar. Al ver a Carlos y a sus hombres se dirige a ellos de forma ardorosa y determinante:
- Mijo, que hacen ustedes por ahí todos emparamaos!!! Pasen adelante – espeto aquella abuela abriendo la puerta de su casa estratégica e impecablemente situada, ajena a su entorno y como si los conociera de toda la vida, más aun, como si los estuviese esperando.
- Mi doña, ¿Cómo está usted?, muchas gracias, pero… ¿No ha tenido problemas con la lluvia? - continuo Carlos con cierta incredulidad.
- No mijo, esta casa la construyó mi marido, dios lo tenga en la gloria, con sus propias manos, y la armo bien dura por que el sabia que esto en cualquier momento podía pasar, pero pase adelante, tómese un colaito (17) que acabo de hacer.- Gracias Señora, - respondió Carlos con total asombro ante aquel oasis en la cima de la montaña. 
   Carlos incrédulo tomo la palabra de la Señora, su voz cálida y folclórica era disonante con tantas peticiones angustiosas oídas en tan pocos días, sin duda era un oasis que permitía minutos de paz espiritual. Al ingresar a la casa, se dio cuenta de que la estructura era más grande de lo que aparentaba la fachada, poseía pisos de cerámicas y paredes correctamente frisadas. La casa era bordeada por un pasillo que hacia las veces de balcón y permitía una vista de todo Pariata y sus alrededores. Carlos recorrió el pasillo café en mano, hasta llegar al ala Este de la casa en donde atónitos observaron la corriente de agua más grande vista hasta ahora, su amplitud rodeaba los 60 mts y su caudal producía un sonido estrepitoso y avasallante. El curso del agua bajaba a toda velocidad desde la montaña buscando desesperadamente aniquilar su tribulación en el mar, a su paso se encontró con una única casa de tres plantas que le interfería su andar, dividiendo su caudal en dos y abrazándola con sus fuertes cauces sumergiéndola lentamente en el lodanal. En el techo de la construcción, había lo que podría ser una familia, con niños y perros incluidos, quienes de manera trivial hacían ademanes pidiendo que los ayudaran. Carlos, en un momento de imaginación furtiva, recreaba la escena en su mente del rescate en la casa verde realizado apenas horas atrás, trasladándolo a la orilla del rio que escasamente podía ver desde aquella azotea. Finalmente, despertó de su utopía, comprendiendo que ya no se trataba de un engorroso riachuelo ni de una calle anegada, las soluciones debían ser más efectivas y no estaban a su alcance, a esas personas debían sacarlas mediante una operación aérea. 

     Fue realmente en ese momento, cuando Carlos entendió que la situación que allí se vivía era una emergencia de estado. Cada evento era un eslabón de transformación en las mentes y cuerpos de aquel pelotón de hombres, lo visual superaba a lo físico, pero la mente se las ingeniaba para hacer que el cuerpo le obedeciera a pesar del cansancio y los embates de la naturaleza. Ya anochecía y había que regresar al comando, evaluar daños materiales y humanos para seguir con la próxima jornada. Carlos, toma a su gente y emprende el descenso hacia el cuartel principal, debía informar y buscar la forma de hacerle saber a quienes le compete lo que estaba pasando, pero para eso debía regresar. Las comunicaciones no servían, no había luz y cruzar calles convertidas en ríos era una autentica odisea. 

(17) Colaito: Diminutivo folclórico que denota la forma de preparación del café mediante una bolsa de tela la cual hace las veces de filtro logrando “colar” el agua caliente a través del café y dando como resultado un café colado.


Cuartel General Carlos Soublette 



     Al llegar a la Avenida principal, Carlos, observó a todo el personal militar desplegado, incluyendo al Comandante Gil, hecho que llamo la atención de todos, ya que este era un personaje  algopeculiar. Gil, era un militar aindiado, de tez morena y pelo liso extremadamente negro, de buena presencia, recién refinado pero con muletillas y ademanes verbales como el uso excesivo de la letra “L” que descubrían sus orígenes provincianos, buena gente con sus subalternos, quizás en demasía, lo que le permitía cultivar afectos y permitirse ciertas opulencias derivadas del cargo con una mínima crítica. En su oficina no faltaba el buen whisky y los habanos que comúnmente aspiraba por las noches caminando por los aposentos, preferiblemente en la entrada de las instalaciones con vista al mar como un tributo a la buena y productiva jornada del día. Hermosas damas y hombres de poder desfilaban por su oficina en donde se daba la ultima conformidad para el ingreso de mercancías a todo el país. En plena transición a la Quinta Republica, él era la imagen más fiel de una época de bonanza y despilfarro, donde no había nada que el dinero no solucionara... a excepción de la fuerza de la Naturaleza. Gil había sido impuesto como comandante del Puerto de la Guaira por la “Casa Militar”, unidad encargada de custodiar al Presidente, eso le daba un higth background dentro de los cuadros medios y el trampolín perfecto para años más tarde dirigir la Dirección General de Identificación y Extranjería (DIEX/ONIDEX/SAIME), organismo encargado de la identificación y registro de los ciudadanos en Venezuela. Gil estaba en la avenida principal, o por lo menos lo que quedaba de ella, con el lodo más arriba de las rodillas y haciendo una cadeneta humana para sacar las personas de un autobús varado por la fuerza del agua. Lo seguían sus buenos colaboradores de siempre, quienes de manera paradójica, se debatían entre ayudar a la gente o a su comandante. 

   El Cuartel General Carlos Soublette, en honor a quien fuera el tercer presidente de Venezuela durante los años 1837 a 1839, es una edificación costera de 15.554 m2 terminada en 1953 durante el Gobierno del General Marcos Perez Jimenez y cuidadosamente diseñada por el Arquitecto Enrrique Garcia Maldonado, con una característica arquitectónica singular ya que desde el aire se podía apreciar su estructura en forma de ancla. Aun cuando no sufriría grandes daños estructurales, esta imponente edificación no escapaba de los embates de la naturaleza. Cada vez se aglomeraban más personas que entraban y salían sin orden específico. Se estableció una sala de control improvisada donde se reunían los representantes de cada uno de los organismos públicos que pululaban en la jurisdicción. Estaba claro que aun cuando las lluvias habían comenzado en los primeros días de Diciembre, y teniendo para la fecha índices mortales en poblaciones como “Carmen de Uria” y “Los Corales”, no se le había dado la importancia que merecía a tal situación, lo que desencadeno una ola de improvisaciones y desaciertos en la forma de manejar la emergencia. Cada persona asumía su libre albedrio en cuanto a la forma correcta de actuación. 

    A la mañana siguiente Carlos, como todas las mañanas, realizaba su Lista y Parte (18) a fin de constatar la presencia de su personal, dar la arenga (19) respectiva, asignar responsabilidades y trazar los objetivos de ese día. Todos sus efectivos estaban completos, así que procedió a asignar en primer término, las responsabilidades propias del comando tales como la asignación de los vehículos, quienes serian los encargados de montar y mantener la carpa de campaña para recibir los suministros, el servicio diurno y nocturno de todos los puestos del cuartel, etc. Dicho esto, le daría el reporte diario a su superior inmediato, quien era el Capitán Machado.

   El Capitán Machado, era un hombre un tanto recatado, de figura pequeña, perfilado y de joven apariencia, que hacia recordar a Michael J. Fox, muy despierto pero de pocas palabras, a quien tantas intromisiones y la mala jugada de la naturaleza no le terminaban de agradar, conociendo de antemano la repercusión que traería en el funcionamiento del primer puerto del País y en su gestión temporal muy codiciada por sus iguales. 
- Mi Capitán, ya estamos listos para salir –informo Carlos de manera enérgica y voluntariosa.
- ¿Carlos, cómo ves la situación allá fuera? –pregunto Machado con curiosidad manifiesta.
- Muy fea mi Capitán –continuo Carlos- hay mucha gente desasistida, nuestros hombres no se dan abasto para controlar y rescatar a tanta gente, hay muchas casas destruidas, personas tapiadas, necesitamos apoyo aéreo, hay zonas de difícil acceso y la lluvia no cesa.
- El Comandante dijo que estaba pidiendo apoyo de Caracas, - continuo Machado- pero no ha llegado nada, la misión es ayudar a la gente como sea, cuidando nuestro personal por supuesto.
- Asi es, lo mantendré informado –contesto Carlos despidiéndose militarmente y emprendiendo la marcha con su escuadra de nuevo a la montaña.
- ¿Nuestros hombres están completos? – pregunto con preocupación.
- Si mi capitán, pero tengo algunos que tienen familia en Carmen de Uria y otros sectores de la Guaira y están preocupados por sus familias, dicen que no hay paso, que se quedaron incomunicados, hay una gran incertidumbre en el personal que debemos saber manejar.
    El Cuartel Carlos Soublett en pocos días se iba aglutinando cada vez más de personas foráneas, eso incluía al General Marcos Ferrer, quien era el Jefe directo del Comandante Gil y venia desde Caracas. Comúnmente se le hubiese preparado un acto protocolar por su llegada, doctrina militar heredada de años de parafernalia castrense en un sistema estrictamente piramidal y retorico pero impráctico en situaciones de emergencia. Marcos Ferrer era un General oriundo de los Andes, región de donde quizás provenían la mayoría de los militares, bien sea por su ADN de poder o simplemente porque se situaban tres de las más importantes escuelas de formación militar con una gran tradición. El General Marcos Ferrer había recibido a Carlos en su despacho en el momento que este fue asignado a trabajar en el Puerto de la Guaira, y luego de un tiempo considerable en la antesala de su despacho, lo atendió por escasos 3 minutos parafraseando el refrán: “¿Que culpa tiene la estaca si el sapo salta y se ensarta?”. Esa forma un tanto mítica y folclórica de liderizar al personal, surtía efecto al buen entendedor. Era claro su mensaje, después de horas de espera mostrando autoridad y distancia, el símil era preciso, Carlos era el Sapo, el General la Estaca, y los saltos eran las actuaciones de Carlos, dicho de otro modo: "Ciuda tus actuaciones de mi alcance".
- Bienvenido mi General, -expuso el Cmdte Gil- le informo que nos encontramos en las labores de rescate y salvamento de las personas afectadas por el deslave. 
- Eso esta bien comandante, -respondió el General de forma poco amigable- pero el comando se encuentra muy sucio y hay mucho desorden. 
- Si mi general, -Prosiguio Gil- es producto de las lluvias y el quehacer diario de las actividades. 
- Eso no es excusa, -alzo la voz Ferrer- se debe mantener la buena presentación del comando y orden. 
- Claro mi general, -respondió Gil visiblemente molesto- pero el tema es que tengo a todo el personal comprometido en las labores de rescate y los que quedan están en sus responsabilidades de alimentación, refugiados etc. 

- No es excusa le dije, hay que mantener el orden y la limpieza. 

- Mire mi General, -continuo Gil rayando en la insubordinación- usted viene llegando de Caracas bien limpiecito, nosotros llevamos días sacando gente de los cerros y muertos del lodo para que ahora usted venga a preocuparse por la limpieza del comando, lo que me hace falta es agua, comida, y mas personal. 
- Comandante!!! Parese firme,…. acompáñeme a la oficina!!! – Grito Ferrer.
     Lo mostrado en aquel momento, a la vista de propios y extraños, era una clara ruptura de unificación que debería prevalecer en la administración del recurso material y humano de cualquier organización. Para Carlos quedo claro que las cosas en el Cuartel Carlos Soublette no estaban bien. 

(18) Lista y Parte: Formación militar en donde se verifica la presencia de todos y cada unos de los miembros de una unidad y las novedades u ocurrencias más importantes de los mismos.
(19) Arenga: Discurso en tono solemne y elevado que se pronuncia para enardecer o levantar los ánimos, especialmente el de carácter militar o político. 



La Fosa

 


     Los días siguientes fue mermando la fuerza del agua y acrecentando la visibilidad ante los destrozos realizada por ella. Lograr dibujar el escenario de destrucción y extrapolarlo a la distribución urbana originaria era toda una proeza, el nivel del piso no concordaba con las ventanas de los edificios enterrados en el. El día era desolador ante la presencia de cada historia de muerte y dolor que emergía de las ruinas, la noche se mostraba aterradora ante la anarquía basada en un estado de necesidad, la cual afloraba los instintos más bajos y plañideros de la miseria humana. Ese día, le toco a Carlos patrullar la parte interna del puerto de la Guaira el cual quedo a la intemperie, sin protección, su carretera principal, donde en condiciones de normalidad su acceso era limitado por razones obvias, ahora era la única forma de comunicación entre caracas y el centro de la ciudad, incluyendo los pueblos costeros. Al entrar por la calle principal del puerto, Carlos nota la gran afluencia de personas en bicicletas que pasan por el puerto, pero como buen amante de este medio de transporte, detalla cada una de las mismas, percatándose de marcas altamente reconocidas en el mercado por demás costosas, lo cual no armonizaba con el contorno reflejado por sus usuarios, generalmente muchachos en chancletas baratas y ropa desdeñada, razón suficiente para que Carlos detuviera a varios de estos jóvenes quienes a la segunda pregunta dieron con lujos de detalles la dirección desde donde se generaba la producción de estos medios de transporte. Al llegar al sitio, Carlos y sus acompañantes observan sobre un terreno completamente enlodado y sinuoso, una torre de contenedores derribada por el efecto del agua, cuyo piso  superior sobrepaso los límites del puerto y se ubico de manera estratégica frente a una de las casas de la comunidad permitiendo la apertura de sus puertas, dentro del cual se encontraba un hombre de edad madura, moreno, en camiseta y de afro prominente, sentado con tres jóvenes mas realizando una cadena de producción improvisada que les permitía armar las bicicletas que se encontraban dentro del gran cajón de metal de manera veloz y por unos cuantos céntimos. Al igual que aquel contenedor de bicicletas, las instalaciones y depósitos del puerto quedaron totalmente desguarnecidos. Se apreciaban carros Mercedes Benz, Motos de alta cilindrada, Mercancía de alta Gama, motores fueras de borda y un sin número de bienes esparcidos sin control. La apología del delito en un mercado cautivo impulsado por la naturaleza la cual no posee personalidad jurídica pone de manifiesto una vez más la delgada línea entre el estado de necesidad y el quebrantamiento de la ley. Esto era solo una muestra de lo que el monstruo nos quería enseñar, el valor efímero de lo material solapado por la fuerza de la tierra. Carlos continuo el patrullaje por la parte interna del puerto, esta vez lo secundaba el sgto Bonilla, quien por una reciprocidad moral y por la necesidad de subordinarse a una figura competente, se había convertido en su mano derecha. Carlos también agradecía su solidaridad, porque en esos momentos se necesitaba a hombres con un mínimo de compromiso. También esa era una estrategia de liderazgo vieja y conocida, presionar al subalterno creándole un ambiente de culpabilidad hasta que se una a los intereses del superior por convicción. El Puerto de la Guaira, el cual dentro de la historia reciente no había sido nunca un ejemplo de belleza o pulcritud, se encontraba totalmente a merced de los despojos y aprovechamiento inescrupuloso de gente que mezclaba el estado de necesidad y la voluntad de aprovechamiento. Pero eso no era lo que más le preocupaba a Carlos, quien conocía lo suficientemente bien el puerto para predecir consecuencias aun mayores. Carlos sabía que las almacenadoras generalmente eran distribuidas por tipos de mercancías, unas se especializaban en vehículos, otras en materia prima, juguetes etc. Pero había una que revestía una peligrosidad especial y era el almacén 3B, el cual se dedicaba al almacenamiento de productos químicos y había perdido sus paredes protectoras desencadenando el derramamiento de líquidos esparcidos por sus adyacencias. Carlos como muchos, sabía que en el país no había los suficientes recursos técnicos como para minimizar el impacto ambiental y la peligrosidad que representaba a los humanos que hacían vida en la zona.

     Al llegar al muelle numero 1, embarcadero más al norte, lejano y profundo del puerto en donde atracaban los barco de gran calado, Carlos y Bonilla se encontraron con la que quizás fue una de las imágenes más tenebrosas y crueles de los últimos días... cuerpos desmembrados, extremidades que sobresalían del lodo y rastros de vestimentas esparcidas por el sector. 
- Mi teniente, ¿Qué vaina es esta? – dijo Bonilla con voz de asombro. Las palabras de Bonilla retumbaron en la mente de Carlos despertándolo del shock visual al que se exponía. En oportunidades, las palabras y miradas de los subalternos hacen motorizar el accionar de quien los comanda, demostrando así la funcionalidad de la estructura psicológica piramidal castrense.  - ¿Que mas va a ser? - respondió Carlos en un intento fútil de demostrar frialdad y aplomo- más victimas del monstruo Bonilla- Mire Jefe, -gritò Bonilla- ahí hay una mujer, y mírele el cuerpo, estaba embarazada!!! 
    Hasta ese momento Carlos pudo contener la parquedad, un sofocón le inundo las entrañas recorriéndole el cuerpo, llegando a la cabeza y manifestándose a través de la acuosidad de su mirada. La muerte en sí misma es difícil digerir, pero cuando esta se cobra víctimas indefensas o libres de culpa se vuelve desgarradora. Y este era uno de esos casos, la silueta de la mujer tomándose su crecido vientre de una forma desesperada, aferrándose a la vida y protegiendo vanamente a su criatura se marco en el lodo y en las mentes de Carlos, Bonilla y demás efectivos. 

     Dadas las condiciones, no había muchas opciones para elegir. Los cadáveres expuestos se descompondrían y podrían generar múltiples enfermedades, igualmente dejarlos allí era correr el riesgo de que fuesen arrasados por el agua impidiendo su posterior identificación, y por otra parte, el acceso a la zona donde se encontraban era nulo para cualquier vehículo lo que dificultaba su extracción. De esta manera tomaron la decisión de realizar una fosa común para preservar los cuerpos, trazar las coordenadas de ubicación y una vez llegado a la sala situacional, informar para que en su momento se realice la extracción e identificación de los cuerpos. Inmediatamente consiguieron unas palas en una embarcación cercana que se encontraba encallada como la mayoría de las naves, y procedieron a juntar el mayor numero de cuerpos posible aglutinándolos en un solo sitio. Era difícil conocer la inclinación religiosa de cada uno de los seres que yacían inertes en la fosa, sin embargo, en un intento de darle cristiana sepultura, se guardo el silencio respectivo durante todo el procedimiento y culminado este, los efectivos elevaron una oración pidiendo paz a sus almas. 



Carmen de Uria 



    La calles se habían vuelto irreconocibles, cada día que pasaba parecía cambiar la geografía, algunos caseríos habían quedado reducidos a barro o explanadas, la lluvia persistía pero ya en forma intermitente, durante las garuas se aprovechaba la caminata, al arreciar se buscaba abrigo y encubrimiento en donde se estuviese, ya con poco decoro en preguntar si era propiedad privada o no, la vida del Guaireño se expuso con tal rudeza que ante tantas carencias sobraban las palabras. 

     El desastre en general,  produjo un lenguaje corporal de común entendimiento que impulsaban y generaban soluciones temporales ante necesidades nunca antes vistas.  Carlos continua su patrullaje, esta vez en moto, por ser el vehículo más versátil y el único que podía llegar a los sitios que solo el andar humano tenía acceso. Al llegar a uno de los muelles, Carlos observa una lancha patrullera tipo A que se encontraba encendida, aparca su moto y satisfaciendo la curiosidad que lo caracteriza, se introduce en la embarcación con la excusa de ir al baño pero con la certeza de conocer tan interesante medio de transporte desde sus entrañas. Al salir del reducido espacio que fungía como retrete, Carlos oye un pitido en cubierta al cual no le presta atención producto de su inspección a la sala de maquinas y sus alrededores, los cuales constituían una absorción sumamente breve de los momentos recientemente vividos. Pero en época de contingencia, todos están de una u otra forma comprometidos con la acción, asi que al salir a cubierta, Carlos se percata que la embarcación ya no se encontraba en muelle seguro, por el contrario había zarpado hacia destino incierto y el capitán de la nave, un Sargento de la vieja escuela no se había percatado, o por lo menos eso demostraban sus palabras detrás de su risa sarcástica, que un bisoño polizonte con mas grado que experiencia se había colado en su máquina. 
- Epa Sargento!!!, quien le dio la orden de zarpar – grito Carlos con voz altisonante.- Mi teniente, buenos días, caramba ¿que hace por ahí? – respondió el sargento con pasividad, frialdad y una seguridad quejumbrosa que recordaba a Carlos con el ejemplo, la obligación de los superiores de saludar militarmente y con educación tanto a superiores como a subalternos.  - Estaba pasando revista y entre al “Jardin (20) ” – respondió Carlos titubeante tratando de aparentar dominio de la situación con la utilización de la jerga marina de guerra. - ¿Jardin?, no mi teniente, asi le dicen en la Armada, - respondió el sargento- en este Comando de Vigilancia Costera de le dice baño, como dios manda jajaja. - Bueno, bueno.. lo cierto es que tengo que seguir pasando revista, deje mi moto en el muelle y debo supervisar la zona. – añadió Carlos, con la voz más nivelada al caer en cuenta que ni el sargento pertenecía a su comando ni la lancha estaba bajo su administración, asi que mas allá de la consideración del capitán de la nave, su competencia allí era casi nula. - No se preocupe mi teniente, seguirá pasando revista cuando regresemos, la orden de operaciones ya esta ejecutada y el zarpe reportado, si nos regresamos retardamos las operaciones de rescate. -¿De Rescate? ¿A dónde vamos? –pregunto Carlos. - ¿A dónde más?, a Carmen de Uria, el pueblo que se llevo el mar. 
     A medida que se alejaban de la costa, el paisaje iba transformándose y replanteando la magnitud de lo ocurrido. De forma paradójica, Carlos reafirmaba de primera mano, el hecho de que los problemas a medida que se alejan se observan de manera distinta, se evalúa mejor tanto sus consecuencias y posibles soluciones como formas de acción. Exactamente eso era lo que se dibujaba ante los ojos de Carlos, una visión diferente hasta la aquí vista de un desbordamiento de agua convertido en un monstro de mil cabezas. Ya Carlos se había topado con ese ser mítico, había olido su respiración, había visto sus ojos llenos de furia y vacios de piedad, había sentido el miedo de ser devorado o simplemente de no estar a su altura, pero esta vez ya no se encontraba con el monstruo cara a cara, esta vez podía ver la dimensión de su furia desde un palco más lejano pero quizás más aterrador, ya no sentía la rabia de sus pisadas cercanas, pero sentía el producto de sus actos que podría ser peor, podía medir con una visión más amplia la dimensión de su dominio, la huella de sus pasos y la desgracia producida, donde el lamento humano se reducía a pequeños puntos en la lejanía insonoros aclamando que le devolvieran la vida. 

    La costa estaba despintada totalmente, las antiguas referencias marítimas eran poco lo que podían hacer, cadenas humanas se avistaban a lo lejos como judíos errantes tras el holocausto, seres errabundos en busca de identidad y respuestas difícil de encontrar. Se juntaban buenos y malos, altos y bajos, negros y blancos, hombres y mujeres, no había distinción para sufrir los designios de la naturaleza. Hasta cierto punto, Carlos se sentía culpable de poder contar con una embarcación, ropa limpia y alimentación medianamente balanceada en contraste con la escases y penurias que se mostraban ante sus ojos. Debían mantener una distancia prudencial de la costa, ya que el talud de tierra había entrado al mar y la profundidad de este en algunas zonas era un acertijo. De esta manera llegaron a “Carmen de Uria”, un pueblito litoralense muy característico de las costas venezolanas, en donde una vez se respiraba calor humano, se oían las olas al ritmo de tambores, el tongonear de las pieles tostadas por el sol deambulaban por el malecón sin reparo y las carcajadas espontáneas de algún oriundo no se hacían esperar, con la inocencia del pueblo erguido detrás de la montaña que sostiene el ruidoso centro capitalino, un oasis con vista al horizonte en una zona una vez privilegiada pero a la que el monstruo le importo poco sus orígenes y nobleza. De ese pueblo no quedaba nada, y no de forma metafórica, por el contrario, cargado del literalismo aterrador que encierra el concepto puro de las palabras, sus calles en formas de pendientes fueron arrasadas por un talud de tierra y Rocas Gigantescas que destruyeron vestigios de civilización, cual volcán en erupción, la vaguada había hecho uno de sus mayores estragos en este valle con salida al mar. Carlos estaba atónito al pensar solo en la cantidad de gente que podía haber quedado sepultada bajo esa gruesa capa de arena que formo una nueva playa, a su antojo y sin censura.


     La embarcación atracó lo más cerca posible del pueblo, sin embargo era insuficiente ya que no existía relieve alguno que pudiera ser utilizado como muelle, así que toco anclarse y lanzarse al agua para intentar arrastrar la nave hacia unas piedras que pudieran fungir como soporte. Asegurada la nave, Carlos, el Sargento y parte de la tripulación se disponen a caminar por la zona para evaluar daños y apoyar en la contingencia.  La escena era devastadora, tan surrealista que costaba hilar la ficción y la realidad, partes de vehículos que sobresalían del suelo, habitaciones y salas a la interperie, objetos personales que daban cuenta en su esencia la historia de vida de cada uno de ello. Al llegar, un grupo de personas visiblemente afectados corrieron al encuentro de los militares, mujeres, niños y hombres desprovistos de la más mínima protección al sol inclemente, se acercaron pidiendo todo tipo de ayuda, desde encontrar a sus seres queridos hasta suministros básicos como agua y comida.  Carlos observó ese panorama desolador, agacho la mirada observando sus botas en tierra y en segundos atino a percatarse que si bien no era el comandante de la embarcación, estaba pisando tierra y esa si era su jurisdicción, así que podía alzar la voz para unir esfuerzos con el lanchero y lograr ayudar a esa gente. De esta manera reunieron a todos los hombres de la comunidad, dibujaron en el suelo rayas a similitud de las cuadras del pueblo y sectorizaron responsabilidades a fin de levantar la información sobre el número de personas que allí se encontraban, puesto que era necesario para coordinar los suministros en vista de lo incomunicado que se encontraba el sector. Dividieron los grupos de acuerdo a sus necesidades, obviamente mujeres, niños y heridos primero, haciendo grupos de apoyo para la evacuación por vía marítima y regresaron al Puerto con venticinco (25) almas rescatadas pero desoladas, indefensas y con futuro incierto, llenas de dolor y marcadas por la incomprensión de haber sido víctimas de su propio hábitat. 

(20) Jardin: En la jerga naval, se refiere al baño.


Inspección Aérea 



     Para Carlos, inmerso en una vida cuidadosamente estructurada a través de una progresión semanal (21), la emergencia iba tomando visos de familiaridad. El hombre posee una increíble capacidad de adaptarse a las situaciones más adversas, la escasez de comida, la humedad diaria y continua, el agotamiento físico y mental eran el común en el trajinar diario, pero también era equilibrado con la búsqueda de soluciones, desde abastecer gasolina en las estaciones militarizadas y disponibles para los vehículos que participarían en le operación, hasta participar directamente en el rescate de victimas por tierra, mar o aire. Ese día le tocaba montar guardia en el cuartel, lo cual era muy frecuente, sin embargo no a muchos agradaba porque significaría la responsabilidad, mantenimiento y control de todos los efectivos por un lapso e 24 horas, cosa que dada la situación no era tan fácil. A media mañana, el comandante Gil le da instrucciones a Carlos para que lleve al Alto Mando Militar, compuesto por algunos Generales provenientes de Caracas, al Aeropuerto Internacional Simon Bolivar, específicamente a la rampa militar acondicionada para el aterrizaje de las aeronaves de apoyo. En efecto, Carlos formo la comisión con las medidas de seguridad pertinente y se dirigió hacia su destino, el cual en condiciones normales quedaría a 5 minutos, pero producto del deslave tomo más de 35 minutos. En los días anteriores, Carlos había recorrido por tierra y mar la costa Este, pero no había observado los esfuerzos que se llevaban a cabo en la parte Oeste, lugar donde se encontraba el aeropuerto. Estaba todo militarizado, se semejaba a un campo de guerra, edificaciones destruidas, las instalaciones del Aeropuerto colapsada de damnificados y las zonas de espera convertidas en refugios temporales. En la pista de Aterrizaje, se observaban aeronaves militares y civiles apoyando la evacuación de heridos, ver como aterrizaban los helicópteros uno de tras de otro dejando afectados desgarraba el alma.  A cuenta gotas se iba realizando el proceso de evacuación, las personas llegaban solo con lo que traían puesto, niños en brazos, ancianos que duramente podían caminar hacían su mejor esfuerzo para dar el siguiente paso. 

  Al fin la comisión  llego al helicóptero que transportaría a los Generales, un Bell 412 Ranger asignado al Comando de apoyo Aéreo, blanco con franjas carrubio y su respectivas siglas militares. Para Carlos, como era lógico pensar dado su grado, la misión terminaba allí, sin embargo uno de los Generales lo invita a subir al Helicóptero, cosa que este no dudo ni un instante y agradeció el gesto de la invitación, aunque en el fondo sabia que todo militar es estratega por naturaleza, y esa invitación también representaba pagar el viaje con la fuerza de la juventud ante el mandato de aquellos generales no tan jóvenes. Pero a la edad de Carlos poco importaba, era más importante la aventura y solidaridad que cualquier estrategia trasnochada de última hora. Así despego el Helicóptero a patrullar la costa para realizar evaluación de daños, haciendo un recorrido a baja altura hasta llegar a Carmen de Uria y mas allá. La visión, aunque más amplia, era por demás menos esperanzadora. Antes de la llegada de la vaguada, la costa litoralense estaba formada por una gran carretera que unía la Guaira con Carmen de Uría y desembocaba en Higuerote, lo que constituía un paseo tradicional muy llamativo para los amantes del sol y las aventuras al aire libre. De ese paseo no quedaba absolutamente nada, desde el aire Carlos podía observar el recorrido exacto del monstruo, de donde vino, los lugares que recorrió y las partes donde se escondió. Todo eso era dibujado por cuencas naturales sepultadas por el lodo, una gran entramada marrón que rasgaba las montañas dejando de manera fehaciente su huella y marcando su andar hasta volver al mar. 

     De esta manera llegaron al sector “Los Corales”, zona cuidadosamente edificada y que gozaba de gran atractivo por su desarrollo turístico y habitacional, pero que ahora se había convertido en despojos de edificaciones y rocas gigantes incrustadas en la tierra, personas divagaban por los taludes de tierras y otras se aglomeraban en un punto esperando ser evacuadas. El helicóptero aterrizo en el helipuerto rudimentario y provisional construidos por los efectivos en tierra, ahí los esperaba un sargento quien hacía las veces de autoridad en el lugar. Luego del parte y todo los respectivos ademanes castrenses que envuelve dar las novedades respectivas, lo cual no eran olvidados ni en las más irritas situaciones,  hacen un recorrido por la zona devastada. El escenario castigaba los sentidos con imágenes y sensaciones que se filtraban por la piel y arrugaban el alma. Se percibía un olor penetrante de azufre y un aire pesado, el barro aun húmedo dificultaba la correcta composición del andar, piedras gigantes indicaban la fuerza infinita de la naturaleza, murmullos de voces y lamentos lejanos mostraban la cruel realidad. El Sargento iba mostrando los refugios improvisados, recreando lo que había y ya no está, incluso señalaba la que fue la casa de Jorge Tuero, conocido comediante de la Televisión Venezolana, recreaba las anécdotas e historias de familias incompletas que luchaban por sobrevivir al dolor de la perdida, no había distinción, ricos y pobres, mujeres y hombres, niños y ancianos,  católicos, protestantes, negros, blancos, la simplicidad de la raza humana puesta de manifiesta y arrodillada ante la voluntad del medio ambiente desafiada por el hombre. El Sargento enumeró todo y cada uno de los problemas, que a su parecer, emergían de la crisis que se vivía en la zona haciendo énfasis en la seguridad nocturna, y era comprensible. Al caer la noche la oscuridad se adueñaba del sector, se inoculaba en la mente de algunos la creatividad inversa llena de odio y dolor, dando paso a los quebrantamientos de los derechos básicos del ser humano, violaciones, robo y ajusticiamientos se dejaban conocer en las boca de los sobreviviente cada mañana, sin ningún tipo de miramiento o escrúpulos debido a la escasez de cuerpos de seguridad que pudieran contener el síndrome colectivo. Finalmente la tripulación volvió al helicóptero con una madre y su hijo quienes visiblemente necesitaban atención médica, atrás quedaron muchos requerimientos, pero la nave no soportaba mas carga física, y la carga emocional rayaban los límites de la tolerancia.

     Carlos por su parte, duro todo el mes de diciembre avocado a las labores de rescate y evacuación. Ese Diciembre,  la cena de navidad fue escaza en celebración pero abundante en emociones. Para año nuevo se concedieron unos pocos días a fin de reagrupar las fuerzas y seguir con la labor. Era la primera vez que Carlos salía de la zona afectada después de casi un mes, y el sabía que no era el mismo, lo vivido en todo y cada uno de esos días cambiaron su percepción del mundo para siempre. Entendió que la intromisión del humano en el curso natural del medio ambiente cobra con creces la osadía del hombre petulante, recordó una vez más que la vida no está hecha de los bienes materiales que atesoramos si no de las vidas que cultivamos, y que la línea delgada entre la vida y la muerte hace recordar lo frágil que somos y lo expuesto que estamos. Aquella noche, al llegar a su casa en Caracas, Carlos se desnudo en la puerta tratando de dejar allí el barro y las miles de historias sin contar, después de una ansiada ducha se sentó en su cálida cama a ver los noticieros, la adrenalina también decidió descansar y se ausentó por un momento permitiendo que Carlos  rompiera en llanto como un niño en un acto descontrolado y desesperado, pero a la larga necesario y tranquilizante. 

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(21) Progresión Semanal: Documento militar emitido semanalmente en donde se plasma las avtividades diarias de la unidad durante ese periodo.

Otros Capítulos de Memorias del 306





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